Paseando entre naranjos Manolo trazaba sonetos de amor. Mientras, ella, en charrilandia, suspiraba embriagada acariciándose el vientre. Manolo los tenía bien puestos. Su Afrodita tormesina, mejor puestas y ¡doy fe!.
Iria Flavia él pensó. ¡Allí; y no en otro lugar¡. Manolo entornaba los ojos, inspiraba lentamente, sus pupilas se contraían, y su pluma se deslizaba sin esfuerzo. ¡Allí o en parte alguna será!. Y así, ensoñaba el galán seducir a su vestal. Entre el verdor de helechos gallegos y a orillas del rio Sar, sin duda la haría suya. ¡Así debía ser y nunca en otro lugar!
Languidecía la primavera de Breogán, cuando se armó de valor el seductor de estrofas goyescas. Y así fue. Entre tropos y sudor, entre pinos y deseo, entre Góngora y Quevedo, como Eros sucumbió. Y tanto la alzo a aquellas nubes, que sin quererlo la ahogó.
Alegoría de llantos, de recuerdos y de orgasmos. Ya en otoño y sin penita, ella sonríe y añora, aquellos versos que fueron, porque ya no pueden ser. Se lo comenta a un amigo, mientras “Lupita” sestea agotada del paseo. Pero sí de cuando en cuando, al abrir aquel cajón, relee la tinta añeja que a la cima la elevó.
Romance de D. Manuel, que quiso ser y no fue. Ayer mismo me contaron lo del ínclito Manuel: poeta, andaluz y fiel. Que por probar suave piel, confundió la tersa dermis con el dolor del querer. Y no es banal que así fuera, pues ni la rima era rima, ni el soneto sexo fue. Y no me riñan ustedes, que sólo soy matador. Un vendedor de "alusiones", al que no paga ni dios.
Finito de Aldeatejada –A la sazón novillero-
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