Más allá, sólo el Atlántico. Llegas, sin ser consciente, y a modo de aperitivo, te has comido una hora. Grandiosa y decadente. Así es Lisboa.
Acabado el recorrido matutino noto cierta sensación de atonía. Lo que es, y lo que fue. Tufillo a la pérfida Albión en las costumbres de sus moradores. Monopolio repostero a orillas del Tajo. ¡Belém, campanas de Belém!
Rescato recuerdos mientras tomo algo ligero. Frente a mí, una pareja de negros adinerados, mira de cuando en cuando. Más ella que él. Bossa nova en sus pupilas y letargo en sus caderas. Se le nota aburrida y, a mi anfitriona, distante.
Inabarcable. Así es esta ciudad. Lenta. Vidriosa. Agridulce. Caótica. Virtuosa. ¡Sacramento inacabado!
Anclada en días que no volverán, la tarde suspira. El sol bosteza al otro lado del 25 de abril, y una legión de miseria toma el ferry tarareando “Sympathy for the Devil”. Cabizbajos, resignados, cruzan ante la equina mirada de José I. Ellos bajan y yo subo. Tiene guasa que enfile hacia la avenida de la Libertad. Empinada. Así es la libertad.
Nunca regresarán los tiempos del Marqués. O sí. El seísmo de antaño ha tornado en forma de réplica bursátil. Tsunami de deuda soberana. Futuro calcinado. La faldriquera teutona está vacía y sí, ahora sí. Ahora el fado fatalista y llorón, cobra todo su sentido, mientras Mariza me arrulla con su voz.
Allá, en la estufa fría, rezuma humedad. Los helechos se recogen y una pareja hispano-lusa, se besa tras el tamarindo. Ella es como la urbe que cobija sus miedos. Asciende, llanea, desciende. Ahora da, mañana no sabe. 1884 Kms. El retrovisor difumina el rio y, mientras me alejo, acelero acompañado por el "Misirlou" de Dick Dale & The Del Tones. ¿Un paso atrás? Ni para cojer impulso.
Finito de Aldeatejada. A la sazón novillero.
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